Tu piel

Mírame, pensando en ti de nuevo, con la mano aferrada a una pluma, como solía hacerlo. Quién me iba a decir que acabaría volviendo a ese asunto tan viejo, tan añejo.

Y de pronto ya no es mi mano la que escribe apresurada, ni es mi boca la que vuelve a repasar las palabras que en un susurro quedito dijimos la noche pasada. Sin darme cuenta, dejé que tu piel me envolviera, que se anclara a la mía y lentamente la reemplazara. Mis ojos ya son los tuyos y no ven sino la misma escena del cuarto acto representada una noche de otoño (¿o de invierno?) con los mismos diálogos desgastados –a lo mejor un poco modificados-.

Me inclino un poco, porque me doy cuenta que me vas ganando, que me llena tu olor, tu voz, tu piel… tu piel… tu piel… y nada queda por hacer. Soy tú, con tu aire afectado y esa voz monótona con el discurso arreglado.

Si un día quise perderme en ti, hoy quiero que salgas de mí, no volver a gastar tinta en ti. Quiero olvidar lo que aprendí de ti porque nunca busqué ser tu aprendiz.

Si algún día pasas por aquí, sólo una cosa debes saber: tu ley del mínimo es fuerzo, sin querer la absorbí.

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